A
la hora de abordar un retrato se me activa una reacción en cadena de preguntas. ¿Porqué algunas imágenes
tienen más “presente” que otras? ¿Cómo utilizan las personas su imagen
para estar más o menos presentes? ¿A qué nos referimos cuando decimos que
alguien tiene “presencia”? ¿Puede la cámara captar y reproducir esa “presencia”?
Lo que a una persona le otorga presencia ¿Sirve también para una imagen fotográfica?
¿Porqué personas con gran presencia personal tienen escasa presencia fotográfica
y viceversa? ¿Cuáles son los códigos que utilizo para afirmar mis opiniones al
respecto?
La
cámara fotográfica es una potente metáfora del proceso de captación de la
realidad del ser humano que nos permite descubrir no solo cómo vemos, sino, cómo
no-vemos. Gracias a nuestros escasos y poco desarrollados cinco sentidos
creemos ingenuamente percibir la realidad o gran parte de ella. En la fotografía
pasamos de cuatro dimensiones (largo, alto, profundo y tiempo) a dos (largo y
alto) y creemos estar representando la realidad pero lo cierto es que al
hacer clik ya la hemos dejado atrás, más muerta que viva. Como dijo Roland
Barthes “La fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse
existencialmente” Para compensarlo disponemos de ese poderoso mago
ilusionista al que llamamos cerebro que con meticulosa eficacia se encarga de
reconstruir lo que falta y cuyo funcionamiento entraña el misterio más grande
de la existencia humana.
Desde
el momento en que tenemos una cámara en las manos se activa en nosotros la
reflexión sobre cómo interpretamos la vida. Al decidir el encuadre y el punto
de foco desechamos el 99,99 % de lo que nos rodea para quedarnos con un mínima
fracción que contiene, aún así, una ingente cantidad de información sobre
nuestra realidad. El simple hecho de observar qué nos ha llevado hasta esa
imagen nos está revelando quiénes somos y cuáles son nuestras ideas sobre el
mundo. Analizando el interés en esa figura y el método de abordaje podemos
iluminar nuestro propio comportamiento ante el proceso de vivir. Hay quien
duda, quien no duda y quien no se permite dudar. Hay quien busca las personas y
quien las evita. Quien busca la sonrisa o quien busca el llanto. Quien piensa
en sí mismo y quien piensa en las alabanzas que recibirá. Hay quien pide ayuda
y quien hace lo imposible por no pedirla… Podríamos seguir hasta el infinito y
seguiríamos sin saber si estamos hablando del acto fotográfico o de la vida en
sí misma porque probablemente no haya ninguna diferencia entre el uno y la
otra. Eso sí, quizás la fotografía nos pueda resultar un método más
accesible que el vano intento de analizar la complejidad del proceso
vital.
El
proceso de fotografiar nos obliga a reflexionar sobre nuestra identidad. Al
accionar el disparo se acciona también una ráfaga de preguntas. ¿Quién soy? ¿Soy
una cámara que retiene todo aquello que fotografía? ¿O soy una cámara que deja
pasar la luz sin identificarse con lo que ve?¿Tal vez me identifico más con el
que mira a través de la cámara siendo ésta la que me hace llegar lo que llamo
la realidad? ¿Podría ser una mezcla de ambos? ¿Y si no fuese lo uno
ni lo otro sino la conciencia que contiene a los dos?
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